sábado, 15 de noviembre de 2014

Asccendio.

  Kenthiray estaba sentada en una roca cercana al lago que daba a una pequeña zona chispeada de árboles. De su espalda salían dos grandes alas, la izquierda era puro fuego y la derecha puro hielo. De sus manos salían una bola de fuego y una pequeña bola de hielo respectivamente. Se miraba las manos atónita, aún sin comprender ni asimilar que estaba pasando. Sus alas aleteaban lentamente.
  De pronto, sintió una mano cálida en su hombro.
  —Tranquila pequeña Kenthiray, eso es poder, no debes temer lo que se te ha concedido, sólo debes aprender a usarlo de la manera correcta. —ella supo quien era sin que Él lo dijera, Nahedros, padre del bosque.
Las palabras se le atragantaban y se le llenaron los ojos de lágrimas.
  —Pero, ¿cómo? Ni siquiera sé para que usarlos...
  —Todo a su debido tiempo. La naturaleza es sabia y tiene los porqués para lo que hace bien medidos. No dejará que alguien débil posea tales dones. Aunque tu creas que no eres fuerte. Lo eres, Kenthiray. Ya sabes cual es tu futuro.
  —Aún no me lo creo. No quiero parecer soberbia ni desagradecida, sólo...
  —Te entiendo, querida. Aún tienes que asimilarlo todo. Tomate tu tiempo. Experimenta, ya sabes a donde debes ir.
  —Padre... —y ya no estaba. Nahedros había desaparecido.
  Ella aún con lágrimas en los ojos supo que todo iba a cambiar y fue, como le habían dicho, poco a poco, asumiendo que esto era sólo el principio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario