miércoles, 17 de mayo de 2017

La sensación de vivir.

 Y allí estaban ambos, en medio de un prado inclinado; a la derecha, una caída vertiginosa hacia un río caudaloso del que se intuía tenía una cascada más al norte por el ruido de ésta, a la izquierda, un bosque denso que invitaba a entrar y a perderse por sus robles, majestuosos árboles que susurraban a los cuatro vientos historias de batallas qué quizá ya nadie recordaba.

 Ella reía, dirigiéndose, un tanto a ciegas, a dónde se suponía que estaba un puente colgante que había mencionado él, cayendo de lleno en la broma de la joven de cabellos azabaches.

 –¡Vuelve aquí, te prohíbo que lo hagas! –dijo él mientras la seguía. A pesar de su voz, que sonaba a enfado o molestia, su media sonrisa y su paso tranquilo dejaban claro el juego en el que ambos participaban.

 –No, no puedes. –dijo ella con cara de susto fingido, cómo si la autoridad del joven que la seguía le diera miedo, pero en el fondo de sus ojos bien se veía que para nada era el caso.

 –Si que puedo. –contestó él cómo si la negativa de la muchacha le hubiese ofendido.

 –Que seas una gamba no te da ese derecho. –él la miro con una ceja arqueada y de pronto soltó un bufido. Ella sonreía con un brillo travieso en la mirada, sabiendo que había dado en la diana de lleno con esa palabra.
 El título de "Mariscal" siempre le había hecho gracia, era cómo decir que él en sí era una mariscada gigante, empezó por llamarle mejillón, pero lo de gamba había sido demasiado y llevaba ya un año llamándole así sólo por fastidiar.

 –Lo da. –dijo él sin más, mirándola fijamente. Ella puso una cara que parecía triste y suspiró.

 –No. –Kenthiray se paró y miró al apuesto muchacho que tenía en frente, a pocos pasos de distancia. Era mucho más alto que ella, más corpulento... En sus dominios, él era todo un guerrero y ella parecía una chiquilla desvalida e inocente, pero era sólo eso, una primera impresión.
Se miraban fijamente a los ojos, ninguno de los dos titubeaba, ninguno quería apartar la mirada. De pronto, él sonrió con malicia.

 –Pues te encierro en el Bastión. –dijo encogiéndose de hombros, metiendo las manos en los bolsillos sin dejar de mirarla con diversión.

 –Pues cómo no me lleves cómo a un saco de patatas no pienso moverme. –sentenció la muchacha, sentándose en el mullido césped con las piernas a lo indio y los brazos cruzados.
Su mirada se perdió en el bosque, luego giró la cara, maravillada con la caída hasta el río que tenía a su lado y alzando la vista por el muro de piedra que había al otro lado sonrió para sí, enamorada del paisaje.
 Nunca había estado en esa zona de Irdhün, de hecho, cuando había estado en esos parajes, pocas veces había salido del Bastión y, si lo había hecho, había sido siempre acompañada, no se sentía con derecho a explorar esas tierras sola, por mucho que tuviera permiso y libertad para ello. Se fijo en que él estaba tan perdido cómo ella, pero, si estaba impresionado o no, no logró adivinarlo.

 En un movimiento rápido él tenía un palo largo de madera seca en las manos y la estaba pinchando por dónde pillaba. –¡A moverse! –ordenó con el ceño fruncido. Ella negó, tocó el palo con la punta del dedo índice y este ardió en llamas, volviéndose polvo casi al momento, haciéndola soltar un sonido de triunfo. Con cara de frustración, él hizo aparecer un saco de tela marrón y se lo echó por encima, cubriéndola de pies a cabeza. –Hala. –dijo sin más, echándose el saco al hombro.

 –¡NO QUE ME METIERAS DE FORMA LITERAL DENTRO DE UN SACO, CAZURRO! –gritó Kenthiray, revolviéndose cual lagartija para intentar escapar. –¿Tú sabes quién soy yo? –soltó con tono autoritario para intentar imponerse. En Elrhir, eso habría sido una gran falta de respeto a ojos de los habitantes del reino, pero allí no había nadie para verles... Y eso no era Elrhir.

 –¿Ahora mismo? Un saco parlante. –dijo el joven de forma divertida, andando tranquilamente hacia el Bastión.

Un grito inteligible salió de la boca de la frustrada chica, que ahora mismo estaba enfurruñada. –¡Esto es desacato, injusticia! ¡Te voy a echar a los centauros! –vociferó a modo de amenaza, sin conseguir el efecto deseado.

 –Uy, sí, cuando quieras. –el Mariscal se acomodó el saco en su espalda y, sin perder el ritmo, continuó hacia su Bastión con una sonrisa alegre, cómo quien ha cazado una buena pieza y la lleva a su casa para pegarse un banquete digno de reyes.

 –¿Encima me retas? –la voz de la joven se había tornado sorprendida y ofuscada. –¡Cuando salga de aquí te vas a enterar, Lobo tonto! –ultimó para luego amagar un sollozo más falso que las orejas de elfo que los humanos usaban en sus disfraces de las fiestas otoñales.
Se habían adentrado en el bosque, él conocía bien el camino y no contestó a la provocación de su acompañante, pero su sonrisa socarrona demostraba que disfrutaba viéndola así.

 Después de un rato caminando, ella, cruzada de brazos dentro del saco de forma resignada y con los labios hinchados por el enfado, se dignó a hablar, no soportaba el silencio por muy acogedor que fuera el murmullo de los árboles. –¿También me vas a poner escolta? ¿Guardia real? ¿¡PORTEROS EN LA PUERTA DE LA HABITACIÓN!? –gritó, perdiendo un poco la compostura. Él sólo sonrió, ya casi estaban en la entrada del Bastión.

 –No necesitas nada de eso teniéndome a mi. –dijo con naturalidad, haciendo enrojecer a la muchacha, que sintió cómo su enfado menguaba.

 –No sé, a lo mejor me dejabas sola y te ibas a hacer cosas de Gamba. –murmuró con una especie de puchero reprimido y un tono que dejaba entrever los deseos de que eso no ocurriera.

 –Si dejaras de llamarme Gamba quizá no tuviera que meterte dentro de un saco. –una expresión pilla cruzó su rostro, haciéndole parecer un niño travieso mientras zarandeaba el saco de un lado a otro, caminando por los pasillos oscuros del Bastión.

[Continuará...]


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