viernes, 17 de octubre de 2014

El despertar de las runas.

  Aún palidecían cuando ella las miraba. No sabía muy bien que hacer, ¿cómo se supone que se hace lo que nunca se ha hecho antes?
 
Estaba sentada, como de costumbre, frente al lago, las piernas cruzadas y las manos sosteniendo su cara. Era su lugar favorito en todo Elrhir y era normal, era hija del río.
 
Había notado algo extraño ese día en su bosque, pero no le dio importancia, aún así, habló con la Luna.
 —Debes crear una barrera, rápido.
 
Sólo recuerda esa frase. Lo demás ocurrió veloz como la luz.
Aún con su túnica blanca y dorada se metió en el agua, la refrescó por dentro, le aclaró las ideas.
Se dirigió al centro del lago, no fue difícil pues el agua de este solo la cubría hasta poco más abajo de la cintura. La cascada caía por detrás de ella y el río seguía justo en frente.
 
Posó sus manos en el agua y sintió un cosquilleo subirle por los brazos, echó la cabeza hacia atrás y se concentró. De pronto las runas brillaron, cada una grabándose a fuego sobre la piedra en la que estaba y empezaron a surgir cinco columnas del color del sol, respectivamente, que se alzaron al cielo creando una maya de fina luz dorada alrededor del mismísimo bosque. Bajo esa se creó otra.
 De repente donde mismo estaba posada la joven, en el mismo suelo del lago, se formó otra runa, esta vez más grande y brilló, ella brilló también y su cuerpo entero se tornó amarillo, pura luz.
Se elevó unos centímetros dentro del agua, como si flotara, de su pecho salió un haz de la misma luz que proyectaba y se unió a las barreras anteriores, fortaleciéndolas y cerrándolas.
El bosque estaba protegido y ella estaba marcada.

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