miércoles, 8 de julio de 2015

Noches en vela.

 Kenthiray estaba en su habitación del castillo, ésta tenía el suelo tapizado con una moqueta roja, sedosa al tacto de los pies descalzos de la joven.
Su noche se estaba tornando perturbadora, no conseguía conciliar el sueño.
Un hada revoloteaba a su alrededor, con preocupación. Había estado hacía escasos minutos con el Alpha y ni eso la había calmado.
 Se dirigió temblorosa hasta el balcón, hecho de piedras grandes, grises, casi negras en la noche y frías, lisas como el mármol, al igual que todo el castillo.

 Elrhir estaba realmente hermoso, el manto celeste estaba coloreado de un azul oscuro, salpicado por un millar de estrellas y una vía láctea muy marcada. Las luciérnagas y las campanillas refulgían doradas, como siempre, parecía que hablaban entre ellas con cada destello.

 El bosque, tupido, era de un color verde azulado que, con las lucecitas danzarinas, parecía la cola de un pavo real, majestuoso, brillante y llamativo.

 Una brisa trajo hasta la reina el sonido de unas risas alegres, jóvenes y despreocupadas. Las ninfas, que hacía tiempo habían desaparecido, se hallaban en el lago, danzando alrededor de las dos sirenas mientras ellas cantaban. La joven cerró los ojos, empapandose de aquel sonido que la hacía sentir llena.
Justo en ese momento escuchó algo más, algo que la hizo abrir los ojos y buscar. Aullidos, aullidos en un tono que jamás había percibido. ¿Quizá era ese el motivo de su desvelo?

 Al repasar el bosque con la mirada vio una luz anaranjada a lo lejos, tan lejos que parecía la cabeza de una cerilla.
“Fuego…” pensó, echandose a correr. No le importó ir en camisón, descalza y sin abrigo, necesitaba tocarlo, sentirlo cerca, ser parte de él.
Salió por las puertas del castillo como una exhalación, adentrándose en el bosque como si alguien la persiguiera, su corazón no paraba de latir con fuerza y su respiración cada vez estaba más agitada, los aullidos la rodearon, dándole fuerza.

 En ese momento no sintió el frío de la noche en suelo del bosque, de hecho el contacto de su piel con éste le daban más ganas de correr, más ganas de llegar hasta el fuego. Se liberó, liberó su verdadera forma y la Loba blanca, grande y majestuosa, corrió como si no hubiera un mañana, empezando a sentir el calor, no quedaba nada para alcanzarlo.

 Kenthiray, ahora en forma de loba, llegó a un claro con una gran fogata en el centro, al menos cinco metros de su elemento estaban justo ante sus ojos, hipnotizandola. Sin poder contenerse lanzó un aullido, antes de que pudiera darse cuenta todos los lobos estaban alrededor del fuego, aullando con ella como si fueran una sola voz.

 No podía parar de preguntarse quién había sido capaz de invocar tal belleza sin su permiso, en su bosque, cuando le vio, un joven se hallaba sentado frente a la gran hoguera sobre un árbol partido. Estaba de espaldas pero podía ver su camisa blanca, su chaleco de cuero marrón, sus pantalones de caza y sus botas. Un pelo oscuro le tapaba la nuca y su tez era pálida. “¿Quién es él?”.



 —Suelta, pequeña. —escuchó que le decían, y su forma de loba se desvaneció, dejándola en el suelo, exhausta y con una sensación de paz que invadió todo su ser. Esa noche ya había completado algo que ni siquiera sabía que tendría lugar.


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